Jun 16, 2017
“Trabajo todo el día. Llego a mi casa a las siete de la tarde y mi hija mayor, que está en segundo básico, se acuesta a las ocho. Ni ella ni yo tenemos ganas ni cabeza para estudiar. ¿Por qué la única hora que tenemos disponible para jugar, regalonear o leer algo entretenido tenemos que usarla en reforzar el trabajo del colegio? No lo entiendo y me rebelo ante eso”.
Paulina Fernández es abogada tributarista y mamá de tres niños, una de siete y una pareja de mellizos cuatro años. Según ella, por deformación profesional, estudia todos los temas antes de abordarlos y lo de las tareas empezó a llamarle la atención incluso antes de que sus hijos entraran a la Alianza Francesa: “Tenía amigas con niños en el jardín infantil que debían preparar exposiciones o aprender a escribir el abecedario. Me parecía excesivo”. Al mismo tiempo comenzó a escuchar en todas partes que siquiatras, sicólogos y neurólogos advertían la importancia del juego en el desarrollo de las habilidades infantiles. Y sintió que había una incongruencia.
“Empecé a estudiar. Conversé con mamás, busqué movimientos en otras partes del mundo y leí muchas investigaciones de fuentes muy serias. Y en ninguna parte encontré un estudio que dijera que las tareas escolares, al menos como las entendemos en Chile, fueran beneficiosas”, explica.
Como para partir necesitaba encontrar un “responsable”, es decir, averiguar a quién se le había ocurrido la idea de que las tareas eran un deber para los niños, a través del portal de Transparencia, le preguntó al Ministerio de Educación. Y la respuesta que recibió fue muy completa. Tanta fue la dedicación que pusieron, que inmediatamente se dio cuenta de que este era un tema importante para ellos. Pero lo más importante es que confirmaron sus sospechas cuando le dijeron, textualmente, que “no existe normativa alguna que establezca la obligatoriedad y/o recomendación para los establecimientos educacionales de asignar tareas escolares a sus alumnos para desarrollar en sus hogares, tanto en enseñanza básica como media”. Es decir, dice ella, “los colegios, los profesores y los padres estamos aceptando como bueno un paradigma que ni siquiera es obligatorio desde el punto de vista legal”.
Con los datos en la mano, hace dos semanas concretó una idea que le venía dando vueltas y que llevó adelante junto a la psicóloga Vinka Jackson: juntar a padres y madres que cuestionan el sistema y reunirlos en un espacio en que pudieran contar sus experiencias y tratar de planear, en el futuro, acciones concretas. El movimiento La Tarea es sin tareas funciona a través de una página de Facebook, que en sólo una semana y media reunió a más de 1.700 personas. “A veces siento que esto se nos fue un poco de las manos, porque la cantidad de gente que se ha sumado es impresionante. Siento que es un reflejo de cuan preocupados están los chilenos de este tema. Yo sólo quería ser un desahogo, pero después de ver la cantidad de gente interesada y abrumada, tuvimos la obligación de fijarnos ciertos objetivos”.
La primera meta es generar conciencia de que los colegios no están obligados a dar tareas escolares y que hay evidencias que muestran que en exceso también pueden ser negativas en el aprendizaje y formación. La segunda parte implica establecer contacto con el Mineduc para evaluar en conjunto medidas, o saber si se va a respetar la autonomía de cada colegio en este tema. Y, por último, intentar propulsar una ley que entregue directrices objetivas para los establecimientos en esta materia.
Sí es “para tanto”
“¿Cuál es el punto máximo de estrés y sufrimiento que necesita arriesgar un niño para que un colegio o un docente revise sus métodos? ¿Qué caminos o defensa tenemos como padres y madres?”. La sicóloga Vinka Jackson no es experta en educación; lo suyo es el autocuidado y es en ese contexto en el que ha decidido involucrarse en esta cruzada. “El ‘no es para tanto’ lo escuchamos frecuentemente en una serie de situaciones relativas a la niñez. Si los niños no estarán exagerando, si los papás le ponen demasiado color… y sí, es para tanto. Los temas que tienen que ver con el cuidado de los más indefensos no debieran involucrar jamás esa expresión, porque no existen temas más grandes o más pequeños si se trata de proteger a los niños y todo tiene su lugar en la construcción de cada persona y en el camino que recorre cada niño hasta armarse por completo”, dice.
“El aporte de las tareas al proceso de aprendizaje es mínimo en relación a otros costos, pero se insiste en ellas, ignorando derechos de los niños y necesidades humanas de descanso, de jugar, de explorar otros aprendizajes o compartir con la familia. Las jornadas escolares hoy son de seis u ocho horas, casi equivalentes a una jornada laboral adulta, con la diferencia de que a nosotros nadie nos obliga a llevar trabajo a la casa y mostrar resultados al día siguiente. Dudo mucho que alguien aceptaría una rutina así, pero los niños no tienen alternativa”, explica Vinka.
Carlos Ruz, matemático, experto en educación y director de la Fundación Maule Scholar, lleva un tiempo hablando sobre las tareas a través de las redes sociales. “Si hacemos un poco de historia, nos encontramos con que a fines de la década de los 90 se instaló la Jornada Escolar Completa, que se sustentaba en que a mayor cantidad de horas en el aula habría mejores resultados académicos y mayor calidad educativa. En ese marco, no era necesario enviar actividades para realizar en la casa, ya que todo el trabajo debía hacerse en la sala. Pero con el tiempo, ese sistema se transformó en una estructura que sirve al SIMCE y a la PSU y a los profesores no les queda otra que responder a esas dinámicas y vincular las tareas a esos resultados”.
A su juicio, existe una visión muy sesgada en nuestra sociedad de que el éxito está ligado con el ‘hacer más’ y eso, extrapolado a los colegios, trae como resultado apoderados que se incomodan cuando sus hijos no llevan obligaciones u otros que no resisten la idea de que los niños lleguen del colegio y ‘no tengan nada que hacer’. “Toda tarea escolar requiere de un especialista que guíe a los estudiantes en su buen desarrollo. En general, los padres más que ayudar en el tema de las tareas terminan siendo un problema, porque generan ansiedad, temor y miedo a fallar y equivocarse de parte de los estudiantes”.
No es raro que se califique a los detractores de las tareas como hippies o exagerados algo que Paulina Fernández rechaza: “quiero que mis hijos y los niños de este país sean exitosos, que los colegios fomenten el amor por el aprendizaje, que desarrollen las habilidades que son útiles para este mundo y no el de hace 40 años. Mi discurso es superexitista, si se quiere, porque está lejos de no querer que los niños aprendan o estudien”.
Uno de los investigadores que más ha llamado la atención sobre este punto es Harris Cooper, profesor de la Universidad de Duke, quien alerta sobre que muchas veces la sobrecarga de los niños termina asociada a trastornos sicológicos y cuadros ansiosos, así como desórdenes que parecían exclusivos de los adultos, como úlceras y colon irritable. En Estados Unidos entre el 2014 y el 2015 numerosas escuelas y condados han reducido o suprimido las tareas en pos del juego libre y en 2012 el presidente de Francia sorprendió al mundo anunciando que dentro de las reformas para modernizar la educación estaba la erradicación completa de las tareas para la casa.
Pero existe otro punto importante a considerar en esta materia. Y es el mismo que cruza muchos de los grandes problemas sociales en nuestro país: la desigualdad. En el colegio los niños realizan los deberes en condiciones relativamente similares, pero eso no ocurre en las casas, donde influyen desde las condiciones materiales de cada uno hasta la capacidad de los padres de ayudarlos en el proceso. “La forma de desigualdad más evidente tiene que ver con los mayores o menores recursos de cada familia, en que es posible que ni siquiera exista el espacio adecuado para hacerlas, pero también se castigan las diferencias, ya sea en la composición, las dinámicas o la realidad de cada grupo. Una profesora me contaba de tareas no realizadas por alumnos de papás separados que iban de una casa a la otra, o de padres con más de un trabajo y sin tiempo siquiera para ver a los niños. Incluso, supe del caso de una mamá separada y extranjera que tuvo cáncer y que simplemente no podía ayudar a su hijo de seis años a preparar dictados o hacer tareas cuando regresaba de una quimioterapia”, dice Vinka Jackson.
Algo similar ocurre cuando los niños estudian en un colegio bilingüe y sus padres no conocen otro idioma para apoyarlos. Y ahí entran los profesores particulares y el inmenso gasto extra económico y de tiempo que eso significa para padres e hijos.
Los padres
El año pasado, Feliza Bahamonde tcambió a sus tres hijos de colegio. Cansada del enfoque academicista y de que todos los padres se quejaran, y nadie hiciera nada. “Se hablaba de niños integrales, pero con clases hasta las cinco y 10 tareas para la casa era difícil hacer alguna actividad extra”.
Dice que no le teme a la exigencia académica, pero sí que se enfrente a los niños a competencias sobre quién es mejor y peor. “Vi a mis hijas llorar por las tareas, niños en el siquiatra, diagnosticados con estrés a los ocho años. Es increíble, los niños sólo quieren saber y aprender, pero los saturan a tal punto que ya no les interesa. Los papás llegan cansados del trabajo, los niños están reventados y la dinámica familiar empieza a girar en torno al tema, sin comprender que existen otras alternativas de aprendizaje, como el juego, por ejemplo, que ayuda a desarrollar habilidades blandas, igualmente importantes para no tener adultos que no duran nada en sus trabajos”, explica Feliza.
Así describe, por otra parte, una apoderada del colegio Saint George el paso de su hija mayor desde preescolar a la educación básica: “Aunque ella no tenía problemas de aprendizaje, la notamos muy agobiada y sola frente a cada objetivo, que se le presentaba como un gigante. Las notas también comenzaron a afectarla, y se angustiaba cuando veía una escrita con color rojo”. Esa fue una de las razones por las que se cambió a un trabajo media jornada que le permitiera acompañarla más.Pero eso no ha cambiado su posición al respecto: “Muchas veces las tareas no aportan nada y generan tensión familiar, porque hay que llegar a la casa a revisar y fiscalizar en vez de conversar y pasar el tiempo juntos”, dice.
Los Colegios
La gran duda que tienen muchas familias es si las tareas para la casa son realmente un aporte en la búsqueda de los buenos resultados y, por ende, en el futuro de sus hijos. Para saber qué piensan los colegios al respecto les pedimos su visión a algunos de los que aparecen en los primeros lugares en el ranking que cada año hace la revista Qué Pasa con los establecimientos con mejores resultados en la PSU. El problema es que hay algunos que son reacios a hablar públicamente sobre sus prácticas.
El Instituto Alonso de Ercilla, por ejemplo, ubicado en el quinto lugar, se excusó argumentando que este tipo de respuestas pasan por la aprobación del consejo directivo cuyos tiempos de reunión no calzaban con los del cierre del artículo. La dirección del colegio La Girouette agradeció el interés pero explicó que “por política comunicacional no se participa en reportajes periodísticos”.
Al Colegio Andrée English School en cambio le interesó el debate y argumentó que su directriz es que hay que priorizar que los alumnos realicen sus labores académicas dentro de la jornada escolar, entendiendo y considerando la heterogeneidad en los ritmos de aprendizaje. “Existe una relación entre las tareas y la excelencia, pero no es causal. Depende del tipo de tarea y de su objetivo, y aunque sostenemos que las actividades planificadas para el horario de clases deben realizarse dentro de dicho espacio, existen otras que buscan fomentar la autonomía, involucrar a la familia o la indagación e investigación”, explican desde el departamento pedagógico de este colegio de La Reina. ¿Y estarían dispuestos a dosificar las tareas? Dicen que sí, “distinguiendo respecto de los objetivos de cada una”.
Varios de los colegios ubicados en los primeros lugares del ranking están ligados al Opus Dei, entre ellos Los Andes, Tabancura, Huelén, Cordillera, Los Alerces y Huinganal. Ellos se reúnen en el SEDUC, y su directora de formación y estudios, Emilia Valdés, explicó que “las tareas que se envían a la casa son un ejercicio para aprender, y permiten que los niños fomenten la responsabilidad, adquieran el valor del trabajo bien hecho, formen hábitos de estudio y potencien su creatividad. Por lo mismo, las tareas que enviamos tienen, principalmente, una finalidad formativa, aunque somos conscientes de que aquello está estrechamente asociado a una mejoría en el rendimiento académico”.
También explicó que “el envío de tareas es diario y prioriza reforzar lo aprendido en clases. Si bien cada colegio tiene autonomía para definir el número, periodicidad y contenido de ellas, en cada uno hay una coordinación permanente, entre profesores y directivos, para que el envío de tareas permita que los distintos cursos de una misma generación pasen los mismos contenidos de clase, facilitando el trabajo docente”.
Los profesores
“Hay múltiples factores para entender la sobrecarga de los niños. Por un lado, el Mineduc exige un currículo increíblemente amplio y poco flexible, lo que obliga a los profesores a pasar mucha materia en poco tiempo. Pero también muchos profesores ‘a la antigua’, que creen que los niños sólo deben estudiar, y padres que quieren hijos exitosos académicamente y multidisciplinarios, por lo que los inscriben en distintas actividades, cada uno con un grado de responsabilidad y exigencia”, resume Rodrigo Jaña, profesor de inglés y dueño del colegio Don Bosco de Rancagua.
En su establecimiento los niños salen varios días a las cinco de la tarde, por lo que la mayoría de los profesores evita dar tareas, aunque muchas veces envían a las casas las actividades que los niños no alcanzaron a terminar en clases.
“La tarea permite desarrollar la autonomía y poner en práctica un trabajo planificado y organizado según la necesidad de cada niño. Son buenas cuando están pensadas con un fin determinado y no deberían durar más de 15 o 20 minutos bajo ningún punto de vista”, explica una profesora que prefiere no identificarse, pero que se declara partidaria de rebajar los deberes escolares. El problema, dice ella, es que a los escolares “los sobrecargan por un temor de ambas partes: del colegio, por no cumplir las expectativas academicistas de los apoderados, y de los apoderados, porque su hijo no esté al nivel. Un círculo vicioso que en ningún momento se detiene a ver cuáles son las expectativas de los propios niños y qué es lo que queremos para la infancia de nuestros hijos”.
A Rodrigo Jaña la experiencia le ha demostrado la importancia del ocio y del tiempo libre entre los niños, incluso en los cursos superiores. “Los estudiantes necesitan tiempo para hacer cosas que estimulen su creatividad, necesitan el intercambio social con personas fuera del colegio y el aprendizaje de habilidades sociales. Sólo así tendremos niños más felices, participativos y creativos, en contraste a menores cansados, irritables y poco motivados”.
Tareas de lectura
El propio Ministerio de Educación -en su respuesta a la solicitud del movimiento La Tarea es sin tarea- advierte que no cuenta con estudios propios relativos a esta materia, existe una gran cantidad de publicaciones relativas al impacto de las tareas en el aprendizaje de los niños. La mayoría de ellas están en inglés y pueden encontrarse a través de la web.
* The Case Against Homework, de Sara Bennett y Nancy Kalish.
* Homework: The Evidence, de Susan Hallam.
* Villain or Savior? The American Discourse on Homework, de Brian Gill y Steven Schlossman.
* Unconditional Parenting y The Homework Myth, de Alfie Kohn.
* The Battle over Homework, de Harris Cooper.
* Homework as the Job of Childhood. Theory into Practice, de Lyn Corno y Jianzhong Xu.
* The forgotten voice in homework: Views of students, de Pamela Warton.
Fuente: La Tercera